Hasta ese momento creía que nada podría arruinar todo lo que estaba construyendo. Era una simple mujer de 23 años. Yo crecía junto a mi nueva familia: mi hija Lara de 2 años y su padre Fabián de 24 ¡Ah! Podría decir que aquello que tenía era hermoso.
Llovía. Llegue a mi casa tarde –como de costumbre- del trabajo. Me esperaba una cena rica y una cama calentita. Unos macizos brazos morenos me acobijaron por detrás y seguida la mirada –que hasta ese momento creía única- de mi hombre. Mi hijita cantaba a puro pulmón las canciones del CD de Maria Elena Walsh recordándome cuando yo lo hacia. Se me dibujaba una sonrisa en la cara, estaba feliz de que ella pudiera tener lo mismo que su madre.
- Larita, vamos a dormir que sino papá mañana no se levanta.
Me fui a acostar, exhausta por todo lo del día y de paso por lo del día siguiente. Cada sueño era sentir la libertad que creía tener en vida.
Como todos los días me desperté temprano junto a Fabián, levante a la criatura y seguí la rutina que por más de ser monótona me gustaba.
Ese día… como olvidarlo. Fue distinto por así decirlo. Me tome el 17. Allí vi un muchacho. Nunca lo había notado antes a esa hora. Mas allá de eso, me llamo la atención, despertaba algo dentro de mí que realmente desconocía. Lo investigué por un buen rato, aparentaba de unos veintitrés a veinticinco años. Llevaba puestas un par de zapatillas de lona, un jean, una camisa blanca, una corbata floja y, lo que mas me atrajo, tenia el pelo largo lacio hasta la cintura, adornado por un sombrero, de esos que estaban a la moda. Traté de no hacer caso a lo que sentía por aquel o quizás simplemente a esa sensación.
Pasaban los días, yo lo seguía viendo y un único sentimiento se iba apoderando de los otros. Sin darme cuenta se transformaba en una obsesión.
Otra vez en casa de noche, un viernes por suerte, me senté a hablar con Fabi después de haber acostado a Lara.
- Fabi… ¿Vos me querés? – dije tratando de encontrar una respuesta a una pregunta que ni yo sabia a que iba.
- Mas vale Cami, sabes que te amo y que me haces una persona re feliz.
Sus ojos brillaban con una profundidad infinita que siempre me atrapó. Su cara, su cuerpo, su voz, su todo me hacía suspirar, pero nunca sentí curiosidad por él.
Ese fin de semana se me hizo interminable, estaba esperando a… tomarme, otra vez, el colectivo.
Lunes, despertador, novio, hija, desayuno, 17.
Lo vi., esta vez era demasiado, me acerqué al misterioso joven.
- Está jodido el transito a esta hora.
Una parte de mi detenía cada palabra que tocaba mis labios pero otra, mucho mas fuerte, me hacia pronunciarlas.
- Esto es Buenos Aires, o te comes dos horas de viaje como ganado o te morís de hambre.
Su voz me retumbaba en la cabeza, analicé todas las palabras que dijo, sentía que todo lo había vivido.
- Sí, tenés mucha razón, aparte esta la family. Te veo bastante seguido en este colectivo ¿Cómo te llamás?
Toda mi vida me dijeron caradura pero se ve que esa palabra les quedaba corta. Sentía renovadas fuerzas al hablarle
- Decimelo a mi… Soy Sebastián ¿Vos?
- Camila, mucho gusto.
En ese momento se me olvido el mundo entero: el trabajo, la casa, mi vida, la nena, Fabián.
- Bueno Camila, te invito a tomar un café si no te parece mal. Yo entro a las 9, creo que media hora no está mal.
Acepté. Sebastián tocaba en una banda pero la industria de la música no estaba de su lado, por eso trababa de mozo en un barsucho.
Desde ese día mis ánimos cambiaron, ya no hacia bien mi trabajo, llegar a mi casa era un peso mas, me molestaba hasta mi propio ser. Los únicos momentos en los que sonreía eran todas las mañanas que me tomaba un café con el metalero del bondi.
Era miércoles, ya había viajado tres días, me faltaban dos. Entré a mi casa, el fastidio se convirtió en dolor y este ultimo en furia. Las lágrimas se me escapaban de los ojos.
- ¡Cami! ¿Qué te está pasando? Hace días que estas mal.
Sus palabras eran un puñal helado en todas las partes de mi cuerpo. Sus manos hastías de tanto trabajo no carecían de una delicada caricia sobre mi espalda, mientras rendida en el suelo me preguntaba que era lo malo de todo esto
- Fabi, Fabi… ¿Qué estoy haciendo mal?
Ya me había olvidado cómo se sentía que alguien te quiera de verdad.
Todo estaba bien hasta que me volví a encontrar al bendito músico, pero esta vez de noche. Me invitó a la casa a tomar algo, vivía un tanto cerca de la mía. Accedí. Esa noche fue la más misteriosa, no la puedo explicar. Poco después de partir rumbo a mi casa me invadió la culpa. Decidí contarle lo sucedido a mi pretendiente. Fue la primera vez que vi como sus ojos perdían la magia, sus manos se volvían brutas, su voz dolida y su cara arruinada. Ahí me di cuenta lo que había hecho, o mejor dicho, deshecho.
Me encanta clari, seguí así uacha
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